La piel a cada edad

Manos niño adulto

En este post vamos a hablar sobre los momentos de nuestra vida en los que la piel sufre más cambios: durante el nacimiento y los primeros meses de vida, en la adolescencia y a lo largo de la madurez.

Recién nacidos

Cuando un niño nace pasa del ambiente oscuro, cálido, estéril y seguro del útero a una atmósfera más seca, fría, luminosa y llena de bacterias. Por lo tanto, los primeros días son esenciales para que la piel de un neonato adquiera las características que le permitan adaptarse a este nuevo ambiente y sobrevivir. En este proceso juega un importante papel la sustancia conocida como vérnix caseoso. Se trata de una mezcla de agua, proteínas y lípidos que se desarrolla en los folículos pilosos durante el último trimestre de embarazo y envuelve toda la piel del bebé hasta el parto, cuando se retira por el personal sanitario que asiste el nacimiento. El vérnix posibilita que se puedan desarrollar las últimas capas de la piel sin dañarse por el ambiente acuoso del útero. Además, se ha visto que esta sustancia protege la piel de la deshidratación y de la infección gracias a los agentes antimicrobianos que contiene (1, 2).

La hidratación de la piel del recién nacido decrece drásticamente en las primeras 24 horas para, posteriormente, aumentar durante 2 semanas. Esto hace que la piel de los recién nacidos sea significativamente más seca que la de niños o adultos. Otras características de la piel como el pH o el grosor también se van desarrollando durante las primeras semanas de vida (2).

Los primeros 100 días de vida son esenciales para el desarrollo del sistema inmune. Las células inmunes de la piel comienzan a interaccionar con los microorganismos que se encuentran en el ambiente y los mecanismos de respuesta inmune propios empiezan a ponerse en marcha. Algunos estudios afirman que las reacciones inmunes que se den durante estos días pueden ser determinantes para el desarrollo de asma o alergias o en el futuro (3).

Adolescencia

La adolescencia es la fase de la vida que transcurre desde la niñez hasta la edad adulta y se caracteriza por ser una época de acumulación de cambios tanto físicos como psicológicos o sociales.

Aunque se hace difícil establecer unos límites estrictos que definan esta etapa, la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que la adolescencia comienza a los 10 años y finaliza a los 19 (4). Sin embargo, y a pesar de que estos parámetros pueden variar en función de la persona, algunos profesionales consideran que la época comprendida entre los 9 (niñas)-11 (niños) hasta los 13 años podría considerarse una etapa previa a la adolescencia conocida como prepubertad. Además, en los países occidentales, se tiende a retrasar la edad en la que se produce la transición a la madurez en base a factores sociales típicamente relacionados con la edad adulta, como el fin de los estudios, la estabilidad laborar, la paternidad/maternidad o la independencia económica (5).

En cualquier caso, los cambios hormonales y el estilo de vida típicos de la adolescencia y que afectan directamente a nuestra piel pueden darse entre los 10-15 hasta los 25-30 años y en este post vamos a tratar de explicar algunos de ellos.

Muchas funciones de la piel están influenciadas por la presencia de hormonas sexuales, especialmente andrógenos, estrógenos y progesterona, que aumentan su expresión durante la adolescencia, por ejemplo:

  • El crecimiento de vello. Los estrógenos parecen estimular el crecimiento del vello en hombres y del vello púbico en mujeres (6).
  • El sudor. Los andrógenos promueven el desarrollo de las glándulas sudoríparas durante la pubertad. Esto se evidencia en que los hombres, por lo general, tienen tasas de sudoración más altas que las mujeres ante la misma actividad física (7).
  • La secreción de grasa. Tal y como ocurre con las glándulas sudoríparas, las glándulas seborreicas de nuestra piel incrementan su actividad durante la pubertad. Las hormonas sexuales, concretamente los andrógenos, propician el aumento de tamaño de estas glándulas y la producción de grasa, lo que se traduce en cambios en la textura y el aspecto de la piel (brillos, poros dilatados o aparición de granitos o caspa en el cabello) (6).

Un desequilibrio en los niveles hormonales puede tener consecuencias en la piel. Por ejemplo, el hiperandrogenismo se asocia con el desarrollo de acné, seborrea, hirsutismo o alopecia. El evento contrario, el exceso de estrógenos, puede implicar envejecimiento y pigmentación de la piel, crecimiento de vello e incluso favorecer el desarrollo de cáncer de piel (7).

Por otro lado, la adolescencia, generalmente, es el periodo en el que pasamos a ocuparnos de nuestros propios cuidados y muchas veces tendemos a infravalorarlos. Durante la infancia son nuestros padres los que nos ponen crema hidratante a diario o nos recuerdan que debemos ponernos crema solar antes de bajar a la playa. Al llegar a la adolescencia, esta responsabilidad cae sobre nosotros y en muchas ocasiones la dejamos de lado. De hecho, muchas personas reconocen que la época en la que más quemaduras solares han tenido ha sido durante la juventud. Si a esto le sumamos malas costumbres alimenticias (como consumo excesivo de grasas o la ingesta habitual de alcohol) o pocas horas de sueño se puede traducir en el desarrollo de afecciones dérmicas tales como acné, rosácea, piel grasa, etc…que, por otro lado, son muy frecuentes a estas edades.   

Madurez

Durante la madurez empiezan a aparecer las primeras consecuencias de los daños que ha sufrido la piel cuando era joven: arrugas, manchas, lunares que requieren seguimiento, etc. Curiosamente, también suele ser la época en la que más cuidamos nuestra piel. Tras las “locuras de juventud” adquirimos conciencia de lo importante que es hidratar y proteger la piel.

El envejecimiento de la piel es un proceso lento y gradual que está influenciado tanto por factores internos como externos y que desemboca en la pérdida de integridad estructural y función fisiológica de este órgano. Los factores externos englobarían todos aquellos cuyo efecto es controlable, como por ejemplo la exposición al sol, pero también cabe mencionar la contaminación, las horas de sueño, el tabaco o la alimentación. Los factores internos son los inherentes a nuestra condición humana y que, por tanto, no podemos cambiar, como la genética (8).

Sin embargo, las características de la piel varían de un individuo a otro y esto también afecta al proceso de envejecimiento. La complejidad biológica de la piel dificulta que exista un método eficaz de clasificación de los distintos tipos de piel. Tradicionalmente se ha hablado de piel normal/seca, grasa y mixta, pero ¿qué implicaciones tiene esto en la piel madura?

Por lo general, la piel seca suele ser menos gruesa debido a que tiene menor contenido en agua. Esta ausencia de agua facilita que los filamentos que unen las células de las últimas capas de la piel no se disuelvan y actúen como exfoliantes causando el conocido aspecto de piel de escamas. Cuando la piel está muy seca, pueden aparecer grietas en la epidermis que facilitan la entrada de microorganismos (8).

Por el contrario, la piel grasa es más gruesa y tiene un aspecto brillante. Las glándulas sebáceas de este tipo de pieles producen grasa constantemente lo que, por un lado, propicia la aparición de puntos negros o comedones incluso a edades maduras y, por otro, evita la aparición de grietas y descamación (9).

No obstante, la alta variabilidad que se sigue encontrando dentro de esta clasificación hace que, en los últimos años, la comunidad de dermatólogos haya intentado encontrar nuevos métodos de clasificación basándose otros aspectos de la piel como la textura, pigmentación, hidratación, arrugas o poros.

A parte de estas características básicas, también hay que tener en cuenta que existen diferencias entre la piel de hombres y mujeres. Estas diferencias se basan principalmente en la expresión de las hormonas sexuales que hace que, generalmente, la piel de los hombres adultos sea más gruesa que la de las mujeres.

BIBLIOGRAFÍA

  1. Taïeb A. Skin barrier in the neonate. Pediatr Dermatol. 2018 Mar;35 Suppl 1:s5-s9.
  2. Visscher MO, Adam R, Brink S, Odio M. Newborn infant skin: physiology, development, and care. Clin Dermatol. 2015 May-Jun;33(3):271-80.
  3. Olin A, Henckel E, Chen Y, Lakshmikanth T, Pou C, Mikes J, et al. Stereotypic Immune System Development in Newborn Children. Cell. 2018 Aug 23;174(5):1277-1292.e14.
  4. https://www.who.int/maternal_child_adolescent/topics/adolescence/dev/es/ consultada el 11 de Mayo 2020.
  5. Sawyer SM, Azzopardi PS, Wickremarathne D, Patton GC. The age of adolescence. Lancet Child Adolesc Health. 2018 Mar;2(3):223-228.
  6. Deplewski D, Rosenfield RL. Role of hormones in pilosebaceous unit development. Endocr Rev. 2000 Aug;21(4):363-92.
  7. Zouboulis CC, Chen WC, Thornton MJ, Qin K, Rosenfield R. Sexual hormones in human skin. Horm Metab Res. 2007 Feb;39(2):85-95.
  8. de Melo MO, Maia Campos PMBG. Characterization of oily mature skin by biophysical and skin imaging techniques. Skin Res Technol. 2018 Aug;24(3):386-395.
  9. Mercurio DG, Segura JH, Maia Campos PMGB. Clinical scoring and instrumental analysis to evaluate skin types. Clin Exp Dermatol. 2013;38:302-309

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