La capa más externa de la piel es la epidermis. Esta capa está a su vez formada por varias subcapas que contienen principalmente queratinocitos ordenados ascendentemente en función de su grado de madurez. El último estado de maduración de los queratinocitos se da cuanto estás células tienen un elevado contenido en queratina y una morfología compacta. En ese momento, pasan a conocerse como corneocitos y a situarse en la capa más superficial de la epidermis, conocida como estrato córneo. En el estrato córneo las células están unidas unas a otras gracias a la presencia de lípidos intercelulares y toda la estructura está cubierta por una fina capa de grasa y sudor que da a la piel un pH ligeramente ácido (en torno a 5,5). Esta estructura funciona como un perfecto escudo protector de la piel: los corneocitos son células robustas e impermeables al agua, los lípidos actúan como el pegamento de unión entre ellas fijando la humedad e impidiendo la pérdida de agua y el manto hidrolipídico, además de impedir la pérdida de agua, evita las infecciones. Esta función aislante es vital para que los seres humanos podamos vivir en la Tierra y se conoce como función barrera de la epidermis.
Sin embargo, a pesar de la aparente robustez de esta capa, el estrato córneo no es una barrera estática. Los corneocitos que mueren se acumulan en la capa más superficial hasta que se desprenden de nuestra piel y son sustituidos por otros corneocitos en un proceso conocido como descamación. La vida media de un queratinocito es aproximadamente 28 días por lo que este proceso de renovación celular se da con bastante frecuencia.
Aunque el proceso de descamación ocurre de manera natural, exfoliarse la piel ayuda a que este proceso sea más rápido. La exfoliación consiste en ejercer una fuerza abrasiva sobre la piel, que puede ser física o química, de manera que las células que están en la superficie se desprenden. En la mayoría de los casos esta fuerza abrasiva es física y se ejerce a través del uso de esponjas, cepillos, o jabones con pequeñas partículas que, al restregar repetidas veces sobre la piel, desprenden las células muertas. Por el contrario, los exfoliantes químicos son aquellos productos que consiguen la eliminación de las células más superficiales por sus propiedades químicas. Estas moléculas son comúnmente ácidos, como el ácido glicólico, que disminuyen drásticamente el pH de la piel ejerciendo una acción abrasiva. Como resultado, la piel queda “desnuda” de su barrera protectora y tiene que generar nuevos queratinocitos que la repueblen. Por ello se dice que una exfoliación regular ayuda a regenerar las células de la epidermis.
Sin embargo, tenemos que llevar cuidado ya que un método de exfoliación o una frecuencia inadecuada puede ser perjudicial para nuestra piel. Para asegurarnos de que no dañamos nuestra piel debemos tener algunas cosas en cuenta:
1. ¿Qué método utilizo?
Exfoliarse la piel supone someter nuestra piel a un proceso abrasivo y esto no es recomendable para todo tipo de pieles. Si tienes una piel muy fina, sensible o padeces alguna condición dermatológica como rosácea o atopia es mejor que consultes con tu dermatólogo antes de empezar a hacerte exfoliaciones frecuentes, ya que pueden empeorar la apariencia de tu piel.
Si, por el contrario, tienes una piel grasa lo mejor es que empieces poco a poco. Empieza utilizando algún cepillo o jabón con pequeñas partículas y si tu piel responde bien puedes pasar a exfoliantes químicos, siempre empezando por concentraciones bajas y aumentando gradualmente. Aunque una ligera irritación después de la exfoliación es normal, si esta se mantiene durante varios días consulta con tu dermatólogo.
2. ¿Con qué frecuencia debo exfoliarme la piel?
Una exfoliación muy frecuente puede dañar las capas más profundas de la piel ya que no estaríamos dejando tiempo suficiente para que se regenere por completo el estrato córneo y, por tanto, las capas más internas de la epidermis quedarían expuestas a la acción del exfoliante y al medio externo. Además, al eliminar el estrato córneo la piel es más vulnerable a infecciones y deshidratación. De repetir este proceso muy a menudo la piel acabaría perdiendo demasiada agua y secándose, provocando molestias y tirantez.
Por lo general, exfoliarse la piel una vez por semana es suficiente para mantener la renovación celular sin causar deshidratación. Sin embargo, existen jabones con pequeñas moléculas exfoliantes que pueden usarse más a menudo ya que su poder abrasivo es menor.
También debemos tener en cuenta la zona de la piel que queremos exfoliar. Debemos evitar exfoliar muy a menudo las zonas más propensas a la sequedad. Por el contrario, zonas donde la piel es más gruesa, como las plantas de los pies, pueden exfoliarse más a menudo. Por último, la piel de la cara es extremadamente sensible y no debemos establecer una rutina de exfoliación facial en base a los resultados que hemos obtenido en otras partes del cuerpo. Como se ha comentado anteriormente, en la cara es recomendable empezar poco a poco con métodos de exfoliación poco agresivos e ir aumentando la frecuencia o la intensidad de la exfoliación en base a las necesidades de nuestra piel.